Abrir las puertas - Editorial Nº1



La extensión es uno de los tres pilares fundamentales que componen la Universidad junto con la enseñanza y la investigación. Es un proceso educativo no formal, de doble vía, a través del cual la academia aporta sus herramientas a la sociedad y las recrea al confrontarlas con las realidades que encuentra. Durante décadas la extensión fue mutilada. Así como el neoliberalismo privatizó el derecho a la salud también quiso reducir a una mínima expresión a la Universidad, y distorsionar su acción.
El aislamiento respecto a su contexto histórico-social –ese que la enriquece, que es la base de la excelencia académica, de su más íntimo sentido de ser– hizo que florecieran ideas elitistas y cientificistas en la Universidad.
Eso condujo a una serie de irresponsabilidades –ideológicas y prácticas– en el manejo de la ciencia y la tecnología. Ambas herramientas se utilizaron con una única lógica: la del mercado. Sumado a eso, problemas que van desde el deterioro del ambiente y el agotamiento de recursos energéticos hasta las alarmantes desigualdades sociales, hacen que vivamos tiempos complejos donde está en juego la supervivencia humana.
¿Cómo respondemos a esa situación? Desde la Facultad de Ciencias Exactas, al calor de diciembre de 2001, el Consejo Académico resolvió considerar prioritarias “aquellas acciones que tengan que ver con la reconstrucción del tejido social y del aparato productivo”. Comenzamos en 2002 con 39 participantes en 5 proyectos. Hoy tenemos más de 400 extensionistas con más de 40 iniciativas desde la Facultad.
Para fortalecer esas acciones pensamos Materia Pendiente, una revista que reúna a la Universidad con la sociedad. No en el sentido clásico de la “divulgación científica”, esa que consideró muy interesante simplificar y vulgarizar las respuestas de la ciencia, sin atender al sentido de sus preguntas.
Se trata de otra cosa: de los universitarios atendiendo a los problemas de muchos, y no de muchos atendiendo a los problemas de los científicos. La mayoría de estas páginas podrían ser definidas, en términos periodísticos, como de interés general. Y si se trata de interés general, debería despertar el interés académico.
Por eso discutimos la vigencia de la CEAMSE, una herencia de años negros que atenta contra la calidad de vida de la población.
Por eso queremos que todos puedan entrar a la Universidad, y no sólo quienes tienen plata para sortear los obstáculos. Que un curso de ingreso no elimine la posibilidad de la universidad crítica, libre (y laica), democrática y popular.
Por eso rechazamos el legado que nos dejó la dictadura, cuando un Rectorado cómplice entregó docentes y estudiantes, desguazó el comedor y –tal como siguieron haciendo las políticas neoliberales– degradó la enseñanza, la investigación y la extensión.
Por eso pedimos que el Estado sea otra cosa que un administrador de la escasez o el promotor del lucro empresarial: que regule el consumo de pilas, que promueva la recuperación de residuos, que financie la salud pública y no los negocios privados.
Por eso nos convocamos a repensar el sentido de la ciencia y la tecnología como empresas colectivas de solución de enigmas y problemas sociales concretos.
Por eso –también– buscamos que los claustros académicos aprendan de la sociedad: de los vecinos que se unen para reciclar, de los obreros que autogestionan una fábrica, de los productores que sostienen el Vino de La Costa contra viento, marea y globalización. Para eso la extensión, que es mucho más que un servicio a terceros. Para eso la comunicación.
En fin, queremos fortalecer un enlace entre la Universidad y la Sociedad que dé sentido a la primera y respuestas a la segunda. Para que la Universidad sea una herramienta de transformación social; para hablar de los dolores que nos quedan y conquistar las libertades que nos faltan. En ese sentido, esta revista quiere ser la voz de trabajadores docentes y no docentes, investigadores y estudiantes que –pese a las limitaciones– hacen grande a esta Universidad y abren sus puertas para que el pueblo –y nosotros, como parte del pueblo– la pinte con los colores que mejor le parezca.

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