Monocultivo para hoy, hambre para mañana








Cultivar la tierra para que haya alimentos sanos en cada mesa familiar o producir para la combustión de automóviles del primer mundo. Ambas cosas pueden suceder en el campo: ese que ganó el centro de la agenda pública con la larga disputa entre el gobierno y sectores empresarios del agro, a raíz de una medida fiscal.
El conflicto abrió un debate sobre la producción de alimentos. Los grandes exportadores acapararon la palabra, pero poco a poco hubo otro campo que se hizo escuchar. Voces alternativas que cuestionan la primacía de la soja transgénica y plantean asignaturas pendientes: el combate contra los agrotóxicos, la independencia tecnológica y la defensa de quienes trabajan la tierra.

Por Josefina Oliva y Luciana Aon



"El problema es la producción y la distribución; es que hay muchos que tienen poco y pocos que tienen mucho. No es que no hay. Estamos en un momento de crisis muy grande en el que lo central es la producción y la exportación de todo". Así resume Leda Giannuzzi, coordinadora de la cátedra de Soberanía Alimentaria en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, la problemática actual que se plantea en Argentina y en el mundo.
En el país el tema se tornó fundamental a principios de este año y durante meses, a raíz de la iniciativa del gobierno nacional de profundizar la política de retenciones a la exportación de soja y otros productos agropecuarios. Se registró una suba de precios en alimentos que integran la canasta básica, que no puede explicarse sólo como consecuencia del desabastecimiento que produjo el lock-out de sectores empresariales del agro. Según explica el economista Marcelo Saavedra, investigador del Instituto de Estudios Fiscales y Económicos (IEFE), fue causado por diferentes situaciones como "el crecimiento sostenido de China, India y también de los países centrales; y el aumento del precio del petróleo, lo cual por un lado encarece los costos de producción ya que constituye un insumo principal, y por otro hace que sea posible utilizar muchos alimentos como combustible". En ese sentido, explica, "la repercusión en la Argentina es bastante lógica porque es un país abierto; al estar exportando tiene una perfecta relación con estos hechos".

Defender lo propio

"Para nosotros los alimentos son respeto a la vida y a los saberes, y no son una mercancía, como se los toma en este modelo por lo cual se ha generado la llamada ´crisis´ para algunos, que básicamente tiene que ver con una mala distribución o una concentración de los bienes", explica Deo Carrizo, integrante de Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que forma parte del nucleamiento internacional Vía Campesina. Para estas organizaciones sociales es central advertir sobre una tendencia –liderada por las grandes empresas multinacionales– hacia el cultivo de grandes extensiones de tierra con un único producto, que atenta contra la biodiversidad que sí tienen en cuenta "las comunidades campesinas indígenas, no sólo en Santiago sino en distintas partes de Latinoamérica".
Carrizo alerta que esos monocultivos a los que se están destinando tierras fértiles son exportados a países desarrollados donde se los derivan para los cercos de los animales o para vehículos individuales. Además, se están utilizando "bienes como la tierra o el agua y se empobrece cada vez más a nuestra población, y también desaparecen culturas, comunidades que han venido resistiendo y que se les hace más fuerte esa batalla".
De allí la defensa del concepto de soberanía alimentaria: "los pueblos tienen un derecho soberano a definir y llevar adelante toda la producción, elaboración, comercialización de alimentos de acuerdo a sus propias pautas culturales con una semilla entendida como patrimonio de la humanidad y no como algo patentable", define Giannuzzi, en oposición al accionar de los grandes pools, empresas que no necesariamente tienen la propiedad del suelo pero manejan el capital, la tecnología y los insumos: "para ellas el poder económico es el principal objetivo".
"El problema de la soja es todo lo que ella va desplazando", resume Saavedra pero prefiere hablar de una "agriculturización, que es el desplazamiento de la actividad pecuaria; no es sólo la sojización". El economista reconoce que la soja tiene características "muy eficientes" que implican un menor riesgo de pérdida para el productor y entonces constituye "un gran atractivo desarrollarla".
Otra de sus consecuencias negativas es que desplaza la fuerza de trabajo. "Al ser una agricultura extensiva genera el despoblamiento del campo, porque uno para producir soja en mil hectáreas necesita muy pocas personas. Se tendría que aportar a un tipo de producción más intensiva de mano de obra para mantener el poblamiento del campo", detalla Saavedra. "Si hoy uno es pequeño productor propietario, seguramente no le conviene producir: le va a convenir arrendar su terreno, porque no arriesga nada, cobra antes y ya está". Además, "si lo que antes costaba diez, ahora vale mil, seguramente la tentación inmobiliaria es muy grande", y avanza la búsqueda de tierras en pos de edificar, perdiéndose así lugares para el cultivo. "Son muchas las presiones sobre los pequeños productores, que los van encorsetando y lo van llevando a que les convenga más vender su propiedad que quedársela", concluye el economista.
De esta manera la tierra se convierte en una pieza fundamental para el negocio de grandes pools y la causa de las luchas de otros sectores. "Uno de los temas urgentes es el acceso a la tierra. Nosotros hemos presentado un proyecto de ley donde hablamos de las suspensiones de desalojos, del inmediato paro del desmonte y de que la tierra cumpla una función social", manifiesta Carrizo y remarca que no es una problemática de los últimos meses: hace años los integrantes del MOCASE luchan por ese derecho al suelo que pisan y cultivan.

Resistir a lo ajeno

Ante la primacía de capitales financieros, que promueven el monocultivo de grandes extensiones de tierra propias o arrendadas, se produce un desplazamiento de los trabajadores del campo y se va perdiendo el conocimiento en torno a los alimentos.
"Lo más grave es que la agricultura es un fenómeno de subsistencia del hombre, y uno cuando pierde la capacidad de generar su propio alimento ya es totalmente una presa. No sabemos producir nuestro tomate así que nos venden el tomate que sea; con o sin gusto, lo tenés que comprar. De eso se trata la soberanía alimentaria: de no perder la capacidad que tiene el hombre de sobrevivir, porque la agricultura es un invento del hombre para la autosubsistencia", argumenta Marcelo Miranda, técnico del Plan Pro-Huerta llevado a cabo a través del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Desde allí asesora a diferentes sectores de la comunidad en la zona de Berisso y Ensenada, brindando herramientas para que los habitantes puedan crear y sostener sus propias huertas.
"Podés comer el tomate más rojo y redondo que haya, pero quizás te estás comiendo un montón de agroquímicos que le pusieron a ese tomate. ¿Cuál es el problema de lo transgénico? Lo que no se dice de la tecnología transgénica es que para que ese tomate dé así, necesita un kit de agroquímicos impresionante, que es lo que produce Cargill o Atanor, empresas que antes fabricaban matamosquitos y ahora hacen agroquímicos", explica Miranda. Para él, como para los militantes de la soberanía alimentaria, "un pilar es la semilla y el otro la tierra". En ese sentido destaca que, antes, de la producción de un año se obtenían semillas para el siguiente, pero "eso el nuevo agricultor ya no lo tiene: depende siempre de la semilla que le venden, que viene con el kit tecnológico. No te la venden si no pagás el kit". En palabras de Giannuzzi, se trata de la semilla a la que las mujeres campesinas llaman "terminator", porque "se cultiva y se autodestruye; no podes seguir cultivándola, entonces caés en la trampa de tener que comprar otra".
Por eso Carrizo defiende "la multiplicación de las semillas, que tienen un valor muy importante: semillas sanas, que sirven para la producción de alimentos, que no son modificadas genéticamente sino cuidadas sin ningún conservante químico y con la sabiduría que se traspasa de generaciones en generaciones".
Por su parte, Miranda destaca la importancia del Plan Pro-Huerta ya que muchos sectores de bajos recursos pueden obtener sus propios alimentos y éstos son naturales. Aunque advierte que es un proceso que lleva tiempo y continuidad: "Una huerta la empezaste de cero, y el primer año no comiste nada, el segundo empezaste a comer, y cada vez te va dando más, entonces la clave es mantener y sostener. Después casi no trabajás y te da".
Además del aprendizaje de cultivar la tierra, el técnico del INTA señala al contacto con los alimentos a través de la cocina –saber qué se come y cómo está cocinado– como un punto esencial para mantener una alimentación sana. "La gente no sabe cocinar, y al no saber tiene que comprar la pizza que le venden". Lo mismo expresa Jorgelina Tucker, una trabajadora social integrante del Taller de Alimentos que coordina Nora Martínez desde la Facultad de Ciencias Exactas (ver recuadro páginas 22-23): "Los chicos no tienen registro de las mamás cocinando, y en el futuro no van a saber hacerlo".

Producir hacia adentro

"Hoy en día la agricultura familiar puede dar de comer a todo el mundo si está bien organizada", afirma Giannuzzi. "El problema es cómo se comercializa. Hay que asegurar el comercio para el pueblo", plantea en oposición a las prioridades que mostraron las cuatro entidades rurales que se autodenominan "el campo" –con la anuencia de los principales medios de comunicación– y que privilegian el mercado externo.
El rechazo del Congreso, con el voto "no positivo" del vicepresidente Julio Cobos en el Senado, inmovilizó las retenciones a la exportación en el nivel que tenían en marzo pasado, y dejó un conflicto latente entre el Gobierno y ciertos sectores empresariales. "Las retenciones estaban bien, pero hay que ver a dónde iba a ir esa plata", evalúa la coordinadora de la cátedra de Soberanía Alimentaria en Exactas. Para Saavedra esa medida fiscal siempre supone cierto modo "de distribuir el ingreso, más allá de que después esté o no la discusión de cómo se distribuye", ya que cobrar una cuota a la exportación "constituye un modo de evitar que aumenten precios". El economista destaca que "lo concreto es que se le saca dinero a alguien que tiene unas rentas extraordinarias y en última instancia eso va al Estado. Después habría que discutir el rol del Estado, pero no las retenciones". Y en ese sentido aclara que la "Federación Agraria puntualmente focalizó mucho los efectos en todo lo que eran las retenciones. Pero la eliminación no soluciona el problema de los más chicos".
Otro que plantea una mirada distinta a la que predominó en los medios comerciales –que presentaban a un "campo", inocente y homogéneo, atacado por un gobierno confiscador– es Pedro Cerviño, representante del Foro Nacional de Agricultura Familiar (FONAF): "fue un conflicto de sectores que están en el mismo bando, están peleando por una renta para distribuirla entre ellos mismos", expresó en una charla dictada en la Facultad de Ciencias Exactas platense: "Por eso la Federación Agraria, que había participado, llegando al punto crítico del conflicto, se ha desprendido completamente del Foro de Agricultura Familiar".
Cerviño explica que el FONAF es "un espacio que se viene construyendo desde hace cuatro años" y que agrupa a pequeños productores, chacareros, campesinos, colonos. Después de un tiempo largo de debates y mucha militancia para consolidarlo, sus integrantes ven con buenos ojos la reciente creación de la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar, que "era una de las propuestas del Foro".
Por su parte, desde el Grupo de Reflexión Rural –que surgió a mediados de los años noventa, "en la época en que se habilitan las primeras semillas transgénicas"–, Jorge Rulli considera que la creación de dicha subsecretaría "se ha conseguido como consecuencia del enfrentamiento con el campo, pero no va a cambiar el modelo agrícola sino que va a legitimar el modelo establecido que es el modelo global biotecnológico de la soja transgénica".

Hacia dónde ir

En ese contexto, los pequeños productores son las víctimas de "un sistema de concentración", según palabras del economista Saavedra. Aún así, pese a las malas condiciones en que desarrollan la actividad y a que "siempre se habla de la agricultura familiar como un sector pobre e ineficiente", dice Cerviño, "según datos de la Secretaría de Agricultura del año 2002, este sector representa el 70% de la unidad productiva de la Argentina. Ese 70% tiene el 13,5% de la tierra cultivada, y con ese 13,5 produce el 20% del producto agropecuario. Pero además este sector de agricultura familiar se hace cargo del 53% del empleo rural en la Argentina". Por eso el miembro del FONAF reclama que el Estado adopte "políticas de desarrollo apoyando al sector; políticas diferenciales en un montón de aspectos: el tema de la tierra, de la infraestructura, de la comercialización, de la política tributaria, de la vivienda", todos puntos centrales para vivir en el campo de manera adecuada. "Es necesario un cambio en el modelo de desarrollo agrario que tenga como objetivo la soberanía alimentaria en Argentina y en el mundo, basado en la producción de base familiar. Es esta última la que tiene una concepción distinta para producir".
Desde la perspectiva de Rulli se trata de "cambiar el modelo biotecnológico, establecer un proyecto nacional, un rol del país en armonía con un modelo de producciones basado en procesos amigables con la naturaleza, que se distancie de los combustibles fósiles". "La alternativa es tener un proyecto nacional que rompa con el modelo global. Yo no digo que no sea la agricultura familiar. Digo que sí, que lo sería, pero aquella que reclame desarrollos locales, regionales, ferias, mataderos municipales. No lo puede ser en la medida en que avala el modelo instalado. Hay que revisar todo", sentencia.
Para Deo Carrizo "en estos tiempos de mucha lucha por la defensa de la tierra surgen también otras propuestas: el rescate de nuestros valores y saberes en distintas temáticas, en salud, en educación, en nuestra lengua". Por su parte, Saavedra explica que "la estrategia de supervivencia para un pequeño productor sería hacer producciones alternativas. Por ejemplo, producir frutillas en lugar de hacer soja rendiría mucho más porque el valor de la frutilla es muchísimo más caro, pero el tema es que después no existen los mercados donde colocarlas". En esa dirección destaca que el Estado debe favorecer la construcción de estructuras de acopio y de refrigeración, para que la producción "no se pudra en el campo" y pueda venderse. Y habla de "elecciones de país": "Si queremos tener un campo poblado y que haya otro tipo de producciones intensivas, habrá que actuar en consecuencia: generar infraestructura, mercados de comercialización, canales de exportación e industrialización".

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